viernes, 25 de octubre de 2013

TRADICIÓN O TRANSGRESIÓN



Tal vez parezca cosa de niños, pero detrás del Halloween y todo este juego está la iglesia satánica, creas o no es así.
En Estados Unidos la iglesia satánica está registrada, aquí en México no. La iglesia satánica funciona clandestinamente, pero hay grupos satánicos que operan con otros nombres… sanadores, meditación, tarot, magia blanca, curanderos.
Dirás, ¿Y Halloween que tiene que ver? Halloween es la mayor celebración satánica. Los 31 de Octubre se hacen ritos satánicos, y están acostumbrando a la gente con conceptos satánicos muy inocentemente, pues dicen que es bonito ver a los niños vestidos de satán, brujas, muertos, ¿Qué incoherencia no? Y así empiezan a ver las cosas malas como un “juego”.
Pero aunque no creas en el mundo espiritual ¡claro que afecta! Pues este mundo existe lo creamos o no, lo podemos ignorar pero ahí está.
De hecho, en Estados Unidos están recomendando que los niños no salgan solos a pedir dulces, pues han detectado a grupos satánicos regalando dulces envenenados. Desgraciadamente en México también hay seguidores del satanismo.
Es cierto también que se le ha dado una dimensión comercial, de fiesta, reuniones para dar y pedir dulces, adornar las casas, pero no deja de ser una celebración satánica, y un seguidor de Cristo no puede participar de ello; sería contradictorio… como si un judío celebrará la Navidad.
Podemos decir, ¡solo es una tradición!, pero no es nuestra, la hemos adoptado, así como somos buenos para adoptar las malas mañas… y no solo porque sea algo practicado por “la mayoría”, quiere decir que Dios lo aprueba o lo pasará por alto.
Nos podemos preguntar… ¿y si la persona es ignorante en el tema?... Usando la lógica nos daremos cuenta…¿cómo una fiesta de brujas, monstruos, diablillos, muertos, será agradable a Dios?
Si nos decimos hijos de Dios no festejemos  Halloween, porque de ser hijo de la luz, pasaras a ser hijo de las tinieblas
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miércoles, 23 de octubre de 2013

LA FAMILIA



Por: María Luisa Garibay

Importante es meditar acerca de la Familia, se dice que es el núcleo de la sociedad, entonces es muy importante adentrarnos en este tema.

Pero ¿dónde encontrar el modelo de familia? ¿Cómo podemos saber si nuestra familia es una familia sana, generosa, productiva, beneficiosa para la sociedad?
La realidad es que quizá nunca nos hemos preguntado esto, o si realmente tengo yo la vocación a ser padre o madre de unos hijos que llegarán al matrimonio, pues para esto ha sido siempre el matrimonio, para la conservación de la especie humana.

Desde el principio así fue instituido: “Y dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”.  (Génesis 2,24) y Jesús el Señor nos lo recuerda en Mateo 19,5-6.   

Un solo hombre para una sola mujer, ya que entre los que se aman no puede haber terceros, cuando contraemos matrimonio hacemos votos de fidelidad al otro, es algo libre espontáneo hasta la muerte de uno de los cónyuges.  (Yo ……prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad y amarte y respetarte todos los días de mi vida)

En estos cónyuges que se comprometieron libremente, “has venido aquí por tu libre voluntad, sin que nada ni nadie te presione” es una de las preguntas que nos hace el sacerdote en el rito del Matrimonio, entonces este compromiso es libre, nadie te puede obligar a casarte pero una vez que tú decides hacerlo, tú haces un compromiso ante Dios de serle fiel a través de la persona con que te estás casando.

Esta es la base de la familia, la unión libre, responsable, indivisible, abierto a la vida, para toda la vida terrena  con la persona que tú libremente has elegido para formar la familia.

A esta unión conyugal,  Dios le confiará a unos seres inocentes, pequeños, necesitados de atención, amor, educación, formación, alimentación, asistencia las 24 horas del día no solo de parte de la madre, sino también del padre.

Educación que no debe ser domesticación, sino formación en todos los sentidos, humana,  intelectual, volitiva, espiritual, psicológica, social, etc. etc. etc. enseñándoles a vivir  los valores fundamentales del ser humano, enseñándoles a razonar y hacer decisiones propias que le afectarán toda su vida.

Pero para padres nadie estudia, nadie se prepara, vienen los hijos y luego no sabemos qué hacer con ellos y por ellos, así es que es muy importante formarnos nosotros, analizarnos, trabajar en ser mejores seres humanos, cultivar  nuestras cualidades personales y de esposos, complementándonos mutuamente porque lo que uno tiene al otro le falta y viceversa.

Salir de nuestros egoísmos, de esa lucha de poder dentro del hogar, el buscar la felicidad del que es tú cónyuge, dando la vida como Cristo el Señor dio su vida por ti y por mí, negándonos a nosotros mismos, buscando el bienestar, la integración, la cohesión del matrimonio,  el cultivar ese incipiente amor que tenemos cuando nos casamos, para que crezca como un árbol frondoso que arrope a nuestros hijos. Pues para eso hemos sido creados para amar y ser amados.
Y para alcanzar la santidad y la salvación nuestra y de nuestros hijos, vale la pena todo el esfuerzo que hagamos para vivir esta hermosa realidad y al final de la vida presentarnos ante el Señor con el corazón henchido de haber hecho todo y solo lo que Dios nos ha mandado y así recibir la herencia prometida, “el Reino de los Cielos”.


domingo, 18 de noviembre de 2012

No desearas la mujer de tu prójimo





En estos días de Dios que nos han tocado vivir, parece inaceptable  y retrogrado traer a la palestra de discusión un tema como este. La convivencia cotidiana y la penetrabilidad de los medios, tan erotizada, genitalizada y sensualmente acondicionada, nos llevan a pensar que el respeto a la persona comprometida es cosa del pasado y, más aún, el respeto a nosotros mismos está en clara dependencia del grado de placer y satisfacción que tal práctica nos impida disfrutar.

El ser humano es fisiológica y emocionalmente sensibilísimo, todo lo que llega por los sentidos externos e internos suele convertirse en una sensación, en algo somático, es decir, puede ser percibido ya sea en la piel, en el estómago, en el pecho o en cualquier otra parte. Por ejemplo: Generalmente se tiene la percepción de que un profundo amor se siente en el corazón, también una inmensa alegría o la dicha, el coraje se siente en el estómago al igual que los nervios, y la emoción por toda la piel.

El deseo, también produce sus efectos sobre el cuerpo, pero tiene una particularidad muy especial, analizándolo, pareciera que nace en una parte de nosotros que no se percibe como tangible por lo que hace difícil identificarle con una parte del cuerpo en particular, más bien le percibimos como algo que nos sumerge en una interminable vorágine de sensaciones. Estamos hablando hasta ahora, del simple deseo como la interpelación que hace al intelecto la necesidad de poseer algo que se percibe como necesario.

Llevando el análisis hacia lo que nos indica el título de nuestra elucubración, tenemos que el deseo provocado por el instinto sexual, es uno de los más fuertes que se conozcan, llegando a impedir el adecuado comportamiento ante la obnubilación que produce en la razón. Según los expertos en la materia, existen dos estados del individuo en los cuales le es casi imposible razonar, uno es la ira y el otro la lujuria.

Toda persona, desde siempre, lucha por su libertad e individualidad, teme someterse a la voluntad de otro y más aún tiene plena conciencia de que nadie debe entrometerse en las decisiones que toma, sean estas correctas o no. No obstante contra esa inapropiada superposición de la libertad, tenemos que reconocer varias cosas que nos llevan a pensar que la dichosa libertad no es tanta, ni tan amplia; ejemplos: Primeramente no escogemos a nuestros padres, tampoco el lugar de nacimiento, la complexión, los vecinos, el estatus social en el cual naceremos, no podemos controlar lo que otros sientan por nosotros, ni el temperamento, ni muchos aspectos de nuestra salud. Son realmente pocas las decisiones que tomamos a lo largo de la vida, pero no es en si el número de ellas lo que nos importa sino el grado de libertad y la trascendencia de las mismas, dado el punto a donde queremos llevar este breve análisis.

Una decisión trascendente e importante para toda persona es el estado de vida que ha de desarrollar a lo largo de ésta, tal decisión viene o debiera venir después de un adecuado proceso de reflexión personal, sin presiones sociales, psicológicas, emotivas o afectivas. Resulta difícil para uno, poder definir con total veracidad y precisión, hasta qué grado  o cual es el límite de los efectos que tal decisión produce, lo que si podemos decir es que en este tipo de decisiones el involucramiento es completo, pues su verdadera dimensión radica en que sea un acto libre pleno. 

El estado de vida más común que adopta el ente social es el matrimonio, el escoger pareja viene a ser una de las pocas que dependen por entero de nosotros. Lo que resulta increíble en este respecto es que siendo de las escazas cosas que decidimos por plena y libre voluntad, al paso del tiempo, y una vez adquirido el compromiso formal con otra persona, después andemos diciendo y pensando que nos equivocamos, que no era lo que nosotros deseábamos en realidad y que tenemos derecho a intentar de nuevo o, en el peor de los casos, a llevar una forma de relación dual en la cual, mientras no se dé cuenta la otra persona, no hay problema alguno.

La libertad de elección o el libre albedrío al cual defendemos contra viento y marea, no es para hacer todo lo que yo quiera y desee. Esta cualidad donada por el Creador, es única y exclusivamente para elegir de lo bueno lo mejor. Si el hombre no decide bajo este tenor fracasa, se mutila y sufre porque se vuelve infeliz. La libertad es un principio que envuelve toda caridad trascendente, toda caridad cristiana, pues trata del deseo de entrega total de una persona en pos de la verdad, cuya posesión nos vuelve definitivamente libres.

El sentido negativo con el que se expresa el noveno mandamiento de la Ley, ante poniendo un “No” al ordenamiento, pareciera contraponerse a nuestro sentido y percepción de libertad, de tal manera que en nuestra psique luchamos afanosamente por convertirle en un sí, puesto que consideramos fehacientemente que tenemos derecho a hacer todo aquello que nos venga en gana. Algunas teorías basadas en el constructivismo señalan que es mejor pedir y conminar a la persona a que actúe y haga las cosas, evitando utilizar expresiones que den sentido negativo a lo que deseamos realice, porque esta afirmación supone que en la forma de solicitar radica buena parte del resultado que se obtenga.

Es casi una actitud automática que cuando se nos prohíbe algo actuamos como impulsados por un resorte en contraposición a la restricción, y nos hacemos la pregunta ¿Por qué no? Pero no en un intento de responderla adecuadamente sino anteponiendo los sentidos y las sensaciones en pro de alcanzar aquello que se nos presenta como prohibición, cuando la actitud correcta sería reflexionar las causas y principios que dan origen a una orden negativa como es el caso de “No desear la mujer del Prójimo”.

El texto más completo en el cual se expresa este mandamiento lo encontramos en Éxodo 20,17 “No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo”. El sentido negativo que se expresa aquí, va más allá de una simple prohibición o restricción, tiene un profundo sentido liberador, pues implica aspectos que tienen que ver directamente con la pureza de corazón, la castidad, el pudor, la templanza y la pureza de intención; todas ellas son virtudes que maximizan la correcta realización de la persona. 

El número 2517 del Catecismo de la Iglesia Católica señala: El corazón es la sede de la personalidad moral: ‘de dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones’ (Mt 15, 19). La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación del corazón. 

Considerando lo anterior y haciendo eco del mandamiento que muchos católicos consideran como más importante “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37), podemos establecer que la medida del amor al prójimo es el amor y respeto que me tengo a mi mismo, no puedo entonces malbaratarme entregado al vicio y la lujuria, pues ello me vuelve incapaz de amar. La dificultad radica en que se ha creado una tremenda confusión entre amor y sexualidad, despojando de su verdadero sentido al amor que está muy por encima del deseo e instinto sexual.

Cuando el hombre o la mujer deciden casarse, automáticamente y tal vez sin darse cuenta, han decidido comenzar a morir, al igual que el grano de trigo que cae en tierra para transformarse en una nueva planta que de fruto, el ser humano está llamado a morir para sí mismo y ofrendarse generosamente para brindar su amor al amado y abrir la posibilidad a la vida. El sentido profundo del matrimonio supera la concepción modernista del placer y deseo sexual que debe ser satisfecho, se trata más bien de una donación oblativa, libre de egoísmo y autorrealización. De aquí que el compromiso de los esposos quede tutelado explícitamente entre los valores fundamentales que toda persona debe desarrollar y respetar.

Decíamos párrafos atrás, que el estado de vida es una de las decisiones trascendentales de toda persona, y esto nos lleva a afirmar que una vez que se ha decidido, aceptado y comprometido en un estado de vida determinado, todas las demás personas a las cuales no hemos elegido son ajenas, es decir, al casarme yo, no solo he pasado a pertenecer por entero a otra persona, sino que las demás aun cuando no estén comprometidas, ya no son sujetas de mi elección, puesto que ya he tomado yo una decisión al respecto, el resto de las personas no pueden ser sujetos de elección para mí.

Es cierto que estamos  hechos para amar, pero no podemos amar a dos personas con el mismo propósito y la misma intensidad. En el amor conyugal está claramente definida la intención del corazón, de aquí que el hombre y la mujer plenamente definidos y equilibrados, no estén dispuestos a compartir el corazón  del ser amado, por eso en la Sagrada Escritura encontramos: Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne" (Génesis 2: 24). “Mi amado es mío, y yo suya” (Cantares 2,16). En otro contexto San Pablo conmina a la comunidad a reflexionar a conciencia sobre el estado de vida que debe de adoptar, pues ya sea que se elija el celibato o el matrimonio, la santidad en la vida es el débito de toda persona humana “Sin embargo, para evitar caer en pecado mejor será casarse, y que cada hombre tenga su propia mujer, y cada mujer su propio marido. Luego, una vez casados, cumplan el esposo y la esposa con su deber conyugal, bien entendido que, tanto la mujer como el marido, dejan de ser los dueños absolutos de su propio cuerpo para pasar ambos a pertenecerse mutuamente.  Por lo tanto no os neguéis el uno al otro, a menos que os pongáis de acuerdo con el fin de dedicaros tranquilamente a la oración durante un tiempo determinado. Pero después volved a uniros, para evitar que Satanás os tiente si no sois capaces de dominar vuestros impulsos” (1Co. 7,2-5).

Si bien el amor conyugal conlleva intrínsecamente el ejercicio libre y responsable de la sexualidad y, al mismo tiempo, abre la posibilidad de la co-creación para nosotros, su fin trascendente radica en la plena realización de la persona que ha adoptado este estado de vida, pues con él rinde firme atención a su creador al atender caritativamente a la vocación a la que ha sido llamado. Ante la delicadeza y fragilidad de la que adolece el amor conyugal, requiere, y por ello así lo ha entendido y defendido la Iglesia, como Sacramento instituido por Dios, pues sus efectos trascienden más allá de lo meramente terrenal.

Como católicos debemos estar atentos a propiciar que las relaciones humanas se den en un marco de respeto a los principios evangélicos puesto que fuera de ellos solo estaremos conformando una pseudo religión, incapaz de dar sustento y soporte al llamado que desde lo profundo de la conciencia Dios e hace al hombre. La forma más egoísta de instrumentalización utilitaria de la persona no radica solamente en el inapropiado ejercicio de la sexualidad, sino en la permisividad legislativa que antepone el placer a los principios dejando que la persona se hunda en la errónea creencia de que todos sus deseos pueden alcanzar categoría de derecho, sin considerar en modo alguno la responsabilidad que todo conlleva, en este sentido, cierta predica clerical no contribuye en modo alguno a estabilizar y guiar la conciencia colectiva hacia lo que es verdadero y correcto, al fundamentarse en una tolerancia que más que valor, se ha convertido en un medio propiciante de graves errores, puesto que en razón de esta, se incursiona en una indiferencia que pone en alto riesgo la consecución del verdadero fin de nuestra existencia.

Al negarnos a participar del placer y derecho que a otro corresponde, no estamos renunciando a la felicidad ni a nuestra libertad, sino por el contrario, estamos caminando firmemente hacia la irreductible causa de raza: Servir y amar a Dios en esta vida para poder verle y gozarle en la otra (Catecismo del Padre Ripalda)

Cristo, no es una persona con la que se pueda jugar, no es el bonachón aquel que todo permite y todo deja pasar. El único deseo que se permite es aquel que no denigra a la persona, entendiendo que lo que denigra a la persona no es un acto moralmente bueno. Hacia Cristo no pueden tender aquellos que deciden vivir denigrantemente.

sábado, 19 de mayo de 2012

La verdad os hará libres.



Por Luis Miranda.

A manera de inventio hagamos una reductio ad absurdum que nos sirva de escenario: La mentira nos hace libres, o si se quiere: la verdad no nos hace libres. Si probamos que esto es imposible resaltará la verdad de la sentencia evangélica en su prístina pureza y seremos en consecuencia verdaderamente libres.
            Es la mentira la que nos hace libres. Pero esto va contra el sentido común de todos los pueblos en todos los tiempos. Y aun cuando los pensadores de este tiempo posmoderno han relativizado el tema de la verdad, ninguno ha propuesto la mentira o la falsedad como nuevo criterio de fundamentación, por lo que vemos que ni el sentido común ni la comunidad académica se mueven sobre esta base.
            La verdad no nos hace libres. Pero este enunciado es verdad o es mentira, por lo que deviene paradójico ya que si es cierto entonces esa verdad de saber que la verdad no nos hace libres nos liberó un tanto de nuestra ignorancia. Y si no es cierto, entonces la verdad sí nos hace libres.
            Si quien dijo tal enunciado es en Sí mismo la Verdad que no nos puede mentir, entonces es cierto el enunciado e implica liberación en trance de absoluto.
            Por último, si la mentira nos hace libres, libremente podremos decirla o libremente podremos mentir, y así como a veces mentimos por salir del paso o por un bien mayor ocultamos la verdad, así hablaríamos con la verdad para mentir, para salir del paso o para restringir información, pero esto se vuelve un círculo vicioso que deviene absurdo. Por lo tanto, la verdad nos hace libres.
            Entonces, quid is veritas? Está la verdad del enunciado, la adecuatio intellectus ad rem. La verdad del ser en cuanto ser, su realidad categorial. La verdad histórica, cuya narración objetiva refiere los acontecimientos y los hechos del mundo mediando una intepretatio del sujeto. La verdad sociológica, epocal, en la que podemos distinguir verdad de validez ya que una teoría es válida cuando sus fundamentos, medios y alcances nos permiten así creerlo y así constatarlo, pero devendría verdadera dicha validez al tener los medios adecuados para la constatación. Si al tener los medios observamos que aquella teoría estaba equivocada no la tachamos de mentira sino de equívoca, de inválida, no de falsa; y quienes vivían en tales circunstancias invencibles no estaban en un estado de falsedad sino de invalidez. Si mantienen ahora creencias antiguas a pesar de los avances epocales entonces sí permanecen en un error teórico y existencial.
            Finalmente, hablemos de la verdad teológica. Cristo es la Verdad, sí, pero también lo es el Padre y el Espíritu Santo, por lo que ciertas afirmaciones no deben ser absolutizadas a riesgo de reducirlas. A la verdad del Ser divino añadimos las definiciones dogmáticas, inalterables, eternas como Dios mismo. Estas definiciones se amplían y dinamizan por las reformulaciones y nuevas enunciaciones de los teólogos de todos los tiempos. Lo mismo las verdades bíblicas con su eterna novedad, en las que los arcanos no agotan las posibilidades de interpretación.
            Es todo un tema en teología el de la verdad. Las perspectivas varían con el objeto de estudio: la verdad ética, la verdad ontológica, lógica, epistemológica. La verdad social, natural y sobrenatural. Lo cierto es que en la medida en que ampliemos los dominios de la verdad en nosotros, en nuestro entorno, circunstancias, teorías, conceptos, juicios, y raciocinios; en la medida en que en Gracia habitual percibamos las verdades del Espíritu, en esa misma medida, -sin medida-, seremos verdaderamente libres