domingo, 18 de noviembre de 2012

No desearas la mujer de tu prójimo





En estos días de Dios que nos han tocado vivir, parece inaceptable  y retrogrado traer a la palestra de discusión un tema como este. La convivencia cotidiana y la penetrabilidad de los medios, tan erotizada, genitalizada y sensualmente acondicionada, nos llevan a pensar que el respeto a la persona comprometida es cosa del pasado y, más aún, el respeto a nosotros mismos está en clara dependencia del grado de placer y satisfacción que tal práctica nos impida disfrutar.

El ser humano es fisiológica y emocionalmente sensibilísimo, todo lo que llega por los sentidos externos e internos suele convertirse en una sensación, en algo somático, es decir, puede ser percibido ya sea en la piel, en el estómago, en el pecho o en cualquier otra parte. Por ejemplo: Generalmente se tiene la percepción de que un profundo amor se siente en el corazón, también una inmensa alegría o la dicha, el coraje se siente en el estómago al igual que los nervios, y la emoción por toda la piel.

El deseo, también produce sus efectos sobre el cuerpo, pero tiene una particularidad muy especial, analizándolo, pareciera que nace en una parte de nosotros que no se percibe como tangible por lo que hace difícil identificarle con una parte del cuerpo en particular, más bien le percibimos como algo que nos sumerge en una interminable vorágine de sensaciones. Estamos hablando hasta ahora, del simple deseo como la interpelación que hace al intelecto la necesidad de poseer algo que se percibe como necesario.

Llevando el análisis hacia lo que nos indica el título de nuestra elucubración, tenemos que el deseo provocado por el instinto sexual, es uno de los más fuertes que se conozcan, llegando a impedir el adecuado comportamiento ante la obnubilación que produce en la razón. Según los expertos en la materia, existen dos estados del individuo en los cuales le es casi imposible razonar, uno es la ira y el otro la lujuria.

Toda persona, desde siempre, lucha por su libertad e individualidad, teme someterse a la voluntad de otro y más aún tiene plena conciencia de que nadie debe entrometerse en las decisiones que toma, sean estas correctas o no. No obstante contra esa inapropiada superposición de la libertad, tenemos que reconocer varias cosas que nos llevan a pensar que la dichosa libertad no es tanta, ni tan amplia; ejemplos: Primeramente no escogemos a nuestros padres, tampoco el lugar de nacimiento, la complexión, los vecinos, el estatus social en el cual naceremos, no podemos controlar lo que otros sientan por nosotros, ni el temperamento, ni muchos aspectos de nuestra salud. Son realmente pocas las decisiones que tomamos a lo largo de la vida, pero no es en si el número de ellas lo que nos importa sino el grado de libertad y la trascendencia de las mismas, dado el punto a donde queremos llevar este breve análisis.

Una decisión trascendente e importante para toda persona es el estado de vida que ha de desarrollar a lo largo de ésta, tal decisión viene o debiera venir después de un adecuado proceso de reflexión personal, sin presiones sociales, psicológicas, emotivas o afectivas. Resulta difícil para uno, poder definir con total veracidad y precisión, hasta qué grado  o cual es el límite de los efectos que tal decisión produce, lo que si podemos decir es que en este tipo de decisiones el involucramiento es completo, pues su verdadera dimensión radica en que sea un acto libre pleno. 

El estado de vida más común que adopta el ente social es el matrimonio, el escoger pareja viene a ser una de las pocas que dependen por entero de nosotros. Lo que resulta increíble en este respecto es que siendo de las escazas cosas que decidimos por plena y libre voluntad, al paso del tiempo, y una vez adquirido el compromiso formal con otra persona, después andemos diciendo y pensando que nos equivocamos, que no era lo que nosotros deseábamos en realidad y que tenemos derecho a intentar de nuevo o, en el peor de los casos, a llevar una forma de relación dual en la cual, mientras no se dé cuenta la otra persona, no hay problema alguno.

La libertad de elección o el libre albedrío al cual defendemos contra viento y marea, no es para hacer todo lo que yo quiera y desee. Esta cualidad donada por el Creador, es única y exclusivamente para elegir de lo bueno lo mejor. Si el hombre no decide bajo este tenor fracasa, se mutila y sufre porque se vuelve infeliz. La libertad es un principio que envuelve toda caridad trascendente, toda caridad cristiana, pues trata del deseo de entrega total de una persona en pos de la verdad, cuya posesión nos vuelve definitivamente libres.

El sentido negativo con el que se expresa el noveno mandamiento de la Ley, ante poniendo un “No” al ordenamiento, pareciera contraponerse a nuestro sentido y percepción de libertad, de tal manera que en nuestra psique luchamos afanosamente por convertirle en un sí, puesto que consideramos fehacientemente que tenemos derecho a hacer todo aquello que nos venga en gana. Algunas teorías basadas en el constructivismo señalan que es mejor pedir y conminar a la persona a que actúe y haga las cosas, evitando utilizar expresiones que den sentido negativo a lo que deseamos realice, porque esta afirmación supone que en la forma de solicitar radica buena parte del resultado que se obtenga.

Es casi una actitud automática que cuando se nos prohíbe algo actuamos como impulsados por un resorte en contraposición a la restricción, y nos hacemos la pregunta ¿Por qué no? Pero no en un intento de responderla adecuadamente sino anteponiendo los sentidos y las sensaciones en pro de alcanzar aquello que se nos presenta como prohibición, cuando la actitud correcta sería reflexionar las causas y principios que dan origen a una orden negativa como es el caso de “No desear la mujer del Prójimo”.

El texto más completo en el cual se expresa este mandamiento lo encontramos en Éxodo 20,17 “No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo”. El sentido negativo que se expresa aquí, va más allá de una simple prohibición o restricción, tiene un profundo sentido liberador, pues implica aspectos que tienen que ver directamente con la pureza de corazón, la castidad, el pudor, la templanza y la pureza de intención; todas ellas son virtudes que maximizan la correcta realización de la persona. 

El número 2517 del Catecismo de la Iglesia Católica señala: El corazón es la sede de la personalidad moral: ‘de dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones’ (Mt 15, 19). La lucha contra la concupiscencia de la carne pasa por la purificación del corazón. 

Considerando lo anterior y haciendo eco del mandamiento que muchos católicos consideran como más importante “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37), podemos establecer que la medida del amor al prójimo es el amor y respeto que me tengo a mi mismo, no puedo entonces malbaratarme entregado al vicio y la lujuria, pues ello me vuelve incapaz de amar. La dificultad radica en que se ha creado una tremenda confusión entre amor y sexualidad, despojando de su verdadero sentido al amor que está muy por encima del deseo e instinto sexual.

Cuando el hombre o la mujer deciden casarse, automáticamente y tal vez sin darse cuenta, han decidido comenzar a morir, al igual que el grano de trigo que cae en tierra para transformarse en una nueva planta que de fruto, el ser humano está llamado a morir para sí mismo y ofrendarse generosamente para brindar su amor al amado y abrir la posibilidad a la vida. El sentido profundo del matrimonio supera la concepción modernista del placer y deseo sexual que debe ser satisfecho, se trata más bien de una donación oblativa, libre de egoísmo y autorrealización. De aquí que el compromiso de los esposos quede tutelado explícitamente entre los valores fundamentales que toda persona debe desarrollar y respetar.

Decíamos párrafos atrás, que el estado de vida es una de las decisiones trascendentales de toda persona, y esto nos lleva a afirmar que una vez que se ha decidido, aceptado y comprometido en un estado de vida determinado, todas las demás personas a las cuales no hemos elegido son ajenas, es decir, al casarme yo, no solo he pasado a pertenecer por entero a otra persona, sino que las demás aun cuando no estén comprometidas, ya no son sujetas de mi elección, puesto que ya he tomado yo una decisión al respecto, el resto de las personas no pueden ser sujetos de elección para mí.

Es cierto que estamos  hechos para amar, pero no podemos amar a dos personas con el mismo propósito y la misma intensidad. En el amor conyugal está claramente definida la intención del corazón, de aquí que el hombre y la mujer plenamente definidos y equilibrados, no estén dispuestos a compartir el corazón  del ser amado, por eso en la Sagrada Escritura encontramos: Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne" (Génesis 2: 24). “Mi amado es mío, y yo suya” (Cantares 2,16). En otro contexto San Pablo conmina a la comunidad a reflexionar a conciencia sobre el estado de vida que debe de adoptar, pues ya sea que se elija el celibato o el matrimonio, la santidad en la vida es el débito de toda persona humana “Sin embargo, para evitar caer en pecado mejor será casarse, y que cada hombre tenga su propia mujer, y cada mujer su propio marido. Luego, una vez casados, cumplan el esposo y la esposa con su deber conyugal, bien entendido que, tanto la mujer como el marido, dejan de ser los dueños absolutos de su propio cuerpo para pasar ambos a pertenecerse mutuamente.  Por lo tanto no os neguéis el uno al otro, a menos que os pongáis de acuerdo con el fin de dedicaros tranquilamente a la oración durante un tiempo determinado. Pero después volved a uniros, para evitar que Satanás os tiente si no sois capaces de dominar vuestros impulsos” (1Co. 7,2-5).

Si bien el amor conyugal conlleva intrínsecamente el ejercicio libre y responsable de la sexualidad y, al mismo tiempo, abre la posibilidad de la co-creación para nosotros, su fin trascendente radica en la plena realización de la persona que ha adoptado este estado de vida, pues con él rinde firme atención a su creador al atender caritativamente a la vocación a la que ha sido llamado. Ante la delicadeza y fragilidad de la que adolece el amor conyugal, requiere, y por ello así lo ha entendido y defendido la Iglesia, como Sacramento instituido por Dios, pues sus efectos trascienden más allá de lo meramente terrenal.

Como católicos debemos estar atentos a propiciar que las relaciones humanas se den en un marco de respeto a los principios evangélicos puesto que fuera de ellos solo estaremos conformando una pseudo religión, incapaz de dar sustento y soporte al llamado que desde lo profundo de la conciencia Dios e hace al hombre. La forma más egoísta de instrumentalización utilitaria de la persona no radica solamente en el inapropiado ejercicio de la sexualidad, sino en la permisividad legislativa que antepone el placer a los principios dejando que la persona se hunda en la errónea creencia de que todos sus deseos pueden alcanzar categoría de derecho, sin considerar en modo alguno la responsabilidad que todo conlleva, en este sentido, cierta predica clerical no contribuye en modo alguno a estabilizar y guiar la conciencia colectiva hacia lo que es verdadero y correcto, al fundamentarse en una tolerancia que más que valor, se ha convertido en un medio propiciante de graves errores, puesto que en razón de esta, se incursiona en una indiferencia que pone en alto riesgo la consecución del verdadero fin de nuestra existencia.

Al negarnos a participar del placer y derecho que a otro corresponde, no estamos renunciando a la felicidad ni a nuestra libertad, sino por el contrario, estamos caminando firmemente hacia la irreductible causa de raza: Servir y amar a Dios en esta vida para poder verle y gozarle en la otra (Catecismo del Padre Ripalda)

Cristo, no es una persona con la que se pueda jugar, no es el bonachón aquel que todo permite y todo deja pasar. El único deseo que se permite es aquel que no denigra a la persona, entendiendo que lo que denigra a la persona no es un acto moralmente bueno. Hacia Cristo no pueden tender aquellos que deciden vivir denigrantemente.

sábado, 19 de mayo de 2012

La verdad os hará libres.



Por Luis Miranda.

A manera de inventio hagamos una reductio ad absurdum que nos sirva de escenario: La mentira nos hace libres, o si se quiere: la verdad no nos hace libres. Si probamos que esto es imposible resaltará la verdad de la sentencia evangélica en su prístina pureza y seremos en consecuencia verdaderamente libres.
            Es la mentira la que nos hace libres. Pero esto va contra el sentido común de todos los pueblos en todos los tiempos. Y aun cuando los pensadores de este tiempo posmoderno han relativizado el tema de la verdad, ninguno ha propuesto la mentira o la falsedad como nuevo criterio de fundamentación, por lo que vemos que ni el sentido común ni la comunidad académica se mueven sobre esta base.
            La verdad no nos hace libres. Pero este enunciado es verdad o es mentira, por lo que deviene paradójico ya que si es cierto entonces esa verdad de saber que la verdad no nos hace libres nos liberó un tanto de nuestra ignorancia. Y si no es cierto, entonces la verdad sí nos hace libres.
            Si quien dijo tal enunciado es en Sí mismo la Verdad que no nos puede mentir, entonces es cierto el enunciado e implica liberación en trance de absoluto.
            Por último, si la mentira nos hace libres, libremente podremos decirla o libremente podremos mentir, y así como a veces mentimos por salir del paso o por un bien mayor ocultamos la verdad, así hablaríamos con la verdad para mentir, para salir del paso o para restringir información, pero esto se vuelve un círculo vicioso que deviene absurdo. Por lo tanto, la verdad nos hace libres.
            Entonces, quid is veritas? Está la verdad del enunciado, la adecuatio intellectus ad rem. La verdad del ser en cuanto ser, su realidad categorial. La verdad histórica, cuya narración objetiva refiere los acontecimientos y los hechos del mundo mediando una intepretatio del sujeto. La verdad sociológica, epocal, en la que podemos distinguir verdad de validez ya que una teoría es válida cuando sus fundamentos, medios y alcances nos permiten así creerlo y así constatarlo, pero devendría verdadera dicha validez al tener los medios adecuados para la constatación. Si al tener los medios observamos que aquella teoría estaba equivocada no la tachamos de mentira sino de equívoca, de inválida, no de falsa; y quienes vivían en tales circunstancias invencibles no estaban en un estado de falsedad sino de invalidez. Si mantienen ahora creencias antiguas a pesar de los avances epocales entonces sí permanecen en un error teórico y existencial.
            Finalmente, hablemos de la verdad teológica. Cristo es la Verdad, sí, pero también lo es el Padre y el Espíritu Santo, por lo que ciertas afirmaciones no deben ser absolutizadas a riesgo de reducirlas. A la verdad del Ser divino añadimos las definiciones dogmáticas, inalterables, eternas como Dios mismo. Estas definiciones se amplían y dinamizan por las reformulaciones y nuevas enunciaciones de los teólogos de todos los tiempos. Lo mismo las verdades bíblicas con su eterna novedad, en las que los arcanos no agotan las posibilidades de interpretación.
            Es todo un tema en teología el de la verdad. Las perspectivas varían con el objeto de estudio: la verdad ética, la verdad ontológica, lógica, epistemológica. La verdad social, natural y sobrenatural. Lo cierto es que en la medida en que ampliemos los dominios de la verdad en nosotros, en nuestro entorno, circunstancias, teorías, conceptos, juicios, y raciocinios; en la medida en que en Gracia habitual percibamos las verdades del Espíritu, en esa misma medida, -sin medida-, seremos verdaderamente libres

miércoles, 25 de abril de 2012

Felicidad S.A. de C.V.

Por: Hernán Manuel Vladimir Chávez Boubión


Cuando una persona es activa, propositiva, ingeniosa y esforzada por hacer cosas nuevas, se dice que es una persona industriosa, aun cuando algunos psicólogos le traten de encasillar con el término de hiperactivo o extrovertido. Tomando como referencia la definición de industrioso(a), la cual se refiere a aquel que tiene maña o habilidad para hacer una cosa, o a la persona que es muy aplicada y se dedica con ahínco al trabajo, podemos deducir que se trata de una persona que con base en sus amplios o limitados conocimientos ha encontrado un sentido más realista de lo que representa el trabajo y de aquello que la posibilidad de trabajar tiene de riqueza. No nos referimos a la riqueza del trabajo como el producto material resultante de llevarlo a cabo  como sería la remuneración económica, sino la cualidad intrínseca que posee, de hacernos más personas, perfeccionarnos  y posibilitarnos la felicidad.
Para poder relacionar trabajo con felicidad, requerimos despojarlo del sentido que le ha dado la inadecuada percepción que de él tenemos, pues para buena parte de la sociedad el trabajo solo es un castigo, una cruz que se ha de llevar con resignación, dado que así ha quedado establecido desde los orígenes del mundo (Gen. 3). El relato de la creación no señala que el hombre, por vivir en el paraíso no debía de trabajar, es más, Dios trabaja creando todo, y la creatura libre no puede estar por encima de su creador, debe trabajar también. Dios es absolutamente feliz en su creación, puesto que ser creador es un atributo que le es propio por naturaleza, y en esta actividad esencial de creación goza de plena felicidad.
El hombre libre alcanza su máxima perfección y desarrollo por el trabajo, por aquello que le toca hacer a él, en relación con su creador que le ha permitido ser co creador, alcanzando una parte de semejanza sin llegar a ser nunca iguales. “La causa de la causa, es causa de lo causado”. (Causa causae est causa causati).
Luego entonces, la felicidad bajo la cual fuimos creados y que el autor sagrado ubica en el Paraíso Terrenal, no excluye el trabajo como una cualidad presente en el hombre, en ningún momento relaciona la estancia en el Paraíso como un estado bajo el cual el hombre permanecería pasivo, inactivo y orientado a la pereza y disipación. El hombre no era feliz en el paraíso por el hecho de tener todas las cosas a la mano, la felicidad paradisiaca radica en que el hombre gozaba de plena amistad y comunión con Dios, no confundamos.
Una vez que el hombre decide contra Dios y es expulsado de ese estado de comunión plena, comienza su largo y azaroso peregrinar hacia la felicidad perdida, es decir, volver a entrar en amistad con Dios, felicidad que le resultará más difícil alcanzar puesto que todas sus relaciones tanto internas como externas, otrora armónicas, se han convertido en un verdadero caos.
La vocación del hombre hacia la felicidad es innegable, irreductible e irrevocable; así fue pensado por Dios desde la eternidad, así fue creado y así sigue siendo hasta el día de hoy. El hombre percibe y siente en lo más profundo de su ser que debe ser feliz, que tiene derecho a lograrlo, pero intenta deshacerse de la obligación que está ligada a tal derecho, pues la felicidad que le está inherida permanece más allá de la materialidad de todo lo creado, radica esencialmente en su Creador. De aquí que veamos a este pobre hombre buscar, por todos los medios y de todas las formas, ser feliz lejos de Dios, aún a sabiendas de que tarde o temprano le ha de enfrentar nuevamente.
En un mundo tan mediatizado como el nuestro, ser feliz se ha convertido en toda una industria, pues en el diseño del mundo del futuro se ha arraigado la idea de que entre más lejos de la realidad pongamos al hombre más feliz será. Procuramos entonces por diversos medios, alejarle el dolor, la vejez y la dificultad, realidades que evidentemente no ofrecen las mejores condiciones de lo que deseamos lograr en lo individual: ser felices.
Existe también la oferta mediática denominada Industria del Entretenimiento, sin que nos aparezca muy claro si el propósito es entretenernos o distraernos. Un hombre distraído y despo seído de su capacidad de raciocinio y comunicación, queda expuesto a la automatización, al envilecimiento y deshumanización. Por ello no es necesario preguntarnos por qué la sociedad se vuelve cada vez menos solidaria, violenta e indolente, la respuesta es evidente: El hombre está distraído y entretenido en las pequeñeces de la vida que nada le contribuyen a su esencia y vocación, recibiendo de los medios una información surrealista, la mayoría de las veces influenciada por la opinión y criterios de aquellos que se ostentan como amos y señores de la comunicación.
Mantener al hombre ocupado en tales menesteres es un verdadero negocio, estamos tan dispuestos o predispuestos a ello que han surgido nuevas ramas de la psicología enfocadas al mercado y los consumidores, permitiendo a los inversionistas contar con información suficiente para el diseño de estrategias y acciones que orienten nuestro comportamiento a la aceptación de tales o cuales cosas, productos e ideologías. Es claro que estas estrategias no son del todo determinantes, pues aun conservamos parte de la libertad de elección, pero con toda certeza podemos decir que la influencia que tienen sobre nuestra voluntad conforma un fuerte condicionante.
Día con día somos bombardeados con información falsa sobre aquello que nos atraerá la felicidad en forma inmediata y permanente. La velocidad con la que viaja la información ha establecido una dinámica en la vida social que nos ha hecho creer que tener las vías libres a todo tipo de información nos ayudará a ser más cultos,  desarrollados e inteligentes y por ende más felices; sin embargo debemos aclarar que tener un cúmulo de información sin saber para qué nos sirve es equivalente a no tener nada. Las redes sociales, el internet, la telefonía móvil y otros medios a nuestro alcance, son creaciones humanas buenas, lo malo radica en el uso que nosotros hacemos de ello, quedando en nuestras manos ser esclavos de ellos o no. Un ejemplo de efectos positivos en materia de comunicación se está dando en estos momentos en Oriente Medio, sociedades dominadas y adormecidas por regímenes autoritarios comienzan a despertar y a exigir derechos que arbitrariamente se les habían negado. No obstante el ejemplo, debemos tomar también en cuenta que existen otros muchos casos donde el uso de estos medios se orienta a denigrar y enajenar a las masas, acaparando todos los espacios de ocio y reflexión de los que puede disponer la persona.
Podríamos pensar que el ocio es intrínsecamente malo, pero no es así, el hombre necesita descansar del trabajo físico e intelectual, es una necesidad básica que está contemplada aún en el Decálogo Mosaico, debe quedarnos claro que no somos ni animales ni máquinas, por tanto nos es necesario un momento de solaz esparcimiento para reponer energías y mantener el equilibrio físico y mental. Del ocio podemos decir que se trata del tiempo libre que se dedica a actividades que no son ni trabajo, ni tareas domésticas esenciales porque se trata de un tiempo diferente al dedicado a actividades obligatorias como son comer, dormir, hacer tareas, etc. Se considera un tiempo recreativo que se usa a discreción  y cuyo objetivo es descansar del trabajo. No obstante debe tener, al igual que las otras actividades, un sentido y una identidad, pues al privarlo de sentido se torna aburrido. La diferencia entre las actividades dedicadas al ocio y las obligatorias no es estrictamente excluyente y depende de cada persona, por eso se indica que se usa a discreción, de tal manera que leer, estudiar, cocinar, escribir o componer música puede ser ocio para unos y trabajo para otros, puesto que pueden hacerse por placer además de obtener una utilidad a largo plazo. En un adecuado y aceptable enfoque podemos emplear el ocio en actividades que contribuyan al propio desarrollo o el de los demás. Entre los griegos el ocio era considerado el tiempo dedicado, principalmente por filósofos, para reflexionar sobre la vida, las ciencias y la política.
En el caso de los judíos el ocio se elevó a categoría de Ley, llevándolo a un sentido tan radical que cualquier activid ad que representará el mínimo trabajo, quedaba estrictamente prohibida y se imponía una pena por incumplir con el precepto del descanso sabático, cuando el objetivo principal no era el descanso en sí mismo, sino el no negarle a Dios el correspondiente culto.
Luego entonces, el hombre está llamado a ser feliz a través de su accionar cotidiano, de su donación hacia los demás a través del trabajo bien realizado, reflexionado, consiente y asumido responsablemente en un  marco de equilibrio personal, que dimensiona de forma adecuada los tiempos de labor y de descanso, en los cuales es posible darle un enfoque sobrenatural, si lo hacemos con recta intención y dando prioridad a una eficiente práctica de la justicia. (Hech 10,34-35).
La felicidad no se puede vender o comprar, ya que no es un estado en el cual el hombre pueda permanecer permanentemente mientras se encuentre sobre la tierra. La felicidad terrena es una cadena de lapsos en los cuales podemos percibir y disfrutar de una sensación de plenitud intermitente que se va desdoblando hacia un estado de pertenencia y posesión permanente de un absoluto que la voluntad y el entendimiento perciben como total y asequible, el cual no es un estado imaginario sino una realidad a la cual está llamado el ser humano y, que al mismo tiempo, supera todo efecto sano disfrutable que puedan brindarnos los simples sentidos periféricos. Podríamos decir que la felicidad a la que el hombre está llamado, consiste en la posesión absoluta del todo al cual no le hace falta nada, de tal suerte que el único ser con estos atributos necesarísimos para el alma solo puede ser Dios mismo.
Ante tal situación, debemos tener entonces en cuenta, que toda materia finita que nos sea ofrecida, indistintamente del medio por el cual se haga dicho ofrecimiento, no llegará jamás a cubrir ese espacio insondable y vacío que el pecado a horadado en nuestra finita esencia, al cual percibimos como la infeliz ausencia o falta de, ya que el alma humana fue creada para vivir y sostenerse en la Verdad por encima de su carácter de argumento lógico, sino en la Verdad como realidad vitalizante, vivificadora y liberadora, por la cual el hombre ha sido puesto en marcha y llamado a la eternidad.
Después del cenáculo, al preparar Jesús la despedida de sus discípulos expresa: “Esta es la Vida Eterna: Que te conozcan a ti único Dios verdadero y a tu enviado Jesús”. Esta es la felicidad que debemos no solo buscar, sino encontrar, fuera de ella seremos a la larga eternamente infelices.
   Cuando más sola te sientes, mas acompañada estas, cuando más enojada andas, mas paz flota en tu alrededor, cuando más oscura la noche más luz está por llegar,  solo debes dejar que las cosas pasen conforme a la voluntad de Dios.