Por Luis Miranda.
A manera de inventio hagamos una reductio
ad absurdum que nos sirva de escenario: La mentira nos hace libres, o si se
quiere: la verdad no nos hace libres. Si probamos que esto es imposible
resaltará la verdad de la sentencia evangélica en su prístina pureza y seremos
en consecuencia verdaderamente libres.
Es
la mentira la que nos hace libres. Pero esto va contra el sentido común de
todos los pueblos en todos los tiempos. Y aun cuando los pensadores de este
tiempo posmoderno han relativizado el tema de la verdad, ninguno ha propuesto
la mentira o la falsedad como nuevo criterio de fundamentación, por lo que
vemos que ni el sentido común ni la comunidad académica se mueven sobre esta
base.
La
verdad no nos hace libres. Pero este enunciado es verdad o es mentira, por lo
que deviene paradójico ya que si es cierto entonces esa verdad de saber que la
verdad no nos hace libres nos liberó un tanto de nuestra ignorancia. Y si no es
cierto, entonces la verdad sí nos hace libres.
Si
quien dijo tal enunciado es en Sí mismo la Verdad que no nos puede mentir,
entonces es cierto el enunciado e implica liberación en trance de absoluto.
Por
último, si la mentira nos hace libres, libremente podremos decirla o libremente
podremos mentir, y así como a veces mentimos por salir del paso o por un bien
mayor ocultamos la verdad, así hablaríamos con la verdad para mentir, para
salir del paso o para restringir información, pero esto se vuelve un círculo
vicioso que deviene absurdo. Por lo tanto, la verdad nos hace libres.
Entonces,
quid is veritas? Está la verdad del enunciado, la adecuatio intellectus ad rem.
La verdad del ser en cuanto ser, su realidad categorial. La verdad histórica,
cuya narración objetiva refiere los acontecimientos y los hechos del mundo
mediando una intepretatio del sujeto. La verdad sociológica, epocal, en la que
podemos distinguir verdad de validez ya que una teoría es válida cuando sus
fundamentos, medios y alcances nos permiten así creerlo y así constatarlo, pero
devendría verdadera dicha validez al tener los medios adecuados para la
constatación. Si al tener los medios observamos que aquella teoría estaba
equivocada no la tachamos de mentira sino de equívoca, de inválida, no de
falsa; y quienes vivían en tales circunstancias invencibles no estaban en un
estado de falsedad sino de invalidez. Si mantienen ahora creencias antiguas a
pesar de los avances epocales entonces sí permanecen en un error teórico y
existencial.
Finalmente,
hablemos de la verdad teológica. Cristo es la Verdad, sí, pero también lo es el
Padre y el Espíritu Santo, por lo que ciertas afirmaciones no deben ser
absolutizadas a riesgo de reducirlas. A la verdad del Ser divino añadimos las
definiciones dogmáticas, inalterables, eternas como Dios mismo. Estas
definiciones se amplían y dinamizan por las reformulaciones y nuevas
enunciaciones de los teólogos de todos los tiempos. Lo mismo las verdades
bíblicas con su eterna novedad, en las que los arcanos no agotan las
posibilidades de interpretación.
Es
todo un tema en teología el de la verdad. Las perspectivas varían con el objeto
de estudio: la verdad ética, la verdad ontológica, lógica, epistemológica. La
verdad social, natural y sobrenatural. Lo cierto es que en la medida en que
ampliemos los dominios de la verdad en nosotros, en nuestro entorno,
circunstancias, teorías, conceptos, juicios, y raciocinios; en la medida en que
en Gracia habitual percibamos las verdades del Espíritu, en esa misma medida,
-sin medida-, seremos
verdaderamente libres
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