sábado, 19 de mayo de 2012

La verdad os hará libres.



Por Luis Miranda.

A manera de inventio hagamos una reductio ad absurdum que nos sirva de escenario: La mentira nos hace libres, o si se quiere: la verdad no nos hace libres. Si probamos que esto es imposible resaltará la verdad de la sentencia evangélica en su prístina pureza y seremos en consecuencia verdaderamente libres.
            Es la mentira la que nos hace libres. Pero esto va contra el sentido común de todos los pueblos en todos los tiempos. Y aun cuando los pensadores de este tiempo posmoderno han relativizado el tema de la verdad, ninguno ha propuesto la mentira o la falsedad como nuevo criterio de fundamentación, por lo que vemos que ni el sentido común ni la comunidad académica se mueven sobre esta base.
            La verdad no nos hace libres. Pero este enunciado es verdad o es mentira, por lo que deviene paradójico ya que si es cierto entonces esa verdad de saber que la verdad no nos hace libres nos liberó un tanto de nuestra ignorancia. Y si no es cierto, entonces la verdad sí nos hace libres.
            Si quien dijo tal enunciado es en Sí mismo la Verdad que no nos puede mentir, entonces es cierto el enunciado e implica liberación en trance de absoluto.
            Por último, si la mentira nos hace libres, libremente podremos decirla o libremente podremos mentir, y así como a veces mentimos por salir del paso o por un bien mayor ocultamos la verdad, así hablaríamos con la verdad para mentir, para salir del paso o para restringir información, pero esto se vuelve un círculo vicioso que deviene absurdo. Por lo tanto, la verdad nos hace libres.
            Entonces, quid is veritas? Está la verdad del enunciado, la adecuatio intellectus ad rem. La verdad del ser en cuanto ser, su realidad categorial. La verdad histórica, cuya narración objetiva refiere los acontecimientos y los hechos del mundo mediando una intepretatio del sujeto. La verdad sociológica, epocal, en la que podemos distinguir verdad de validez ya que una teoría es válida cuando sus fundamentos, medios y alcances nos permiten así creerlo y así constatarlo, pero devendría verdadera dicha validez al tener los medios adecuados para la constatación. Si al tener los medios observamos que aquella teoría estaba equivocada no la tachamos de mentira sino de equívoca, de inválida, no de falsa; y quienes vivían en tales circunstancias invencibles no estaban en un estado de falsedad sino de invalidez. Si mantienen ahora creencias antiguas a pesar de los avances epocales entonces sí permanecen en un error teórico y existencial.
            Finalmente, hablemos de la verdad teológica. Cristo es la Verdad, sí, pero también lo es el Padre y el Espíritu Santo, por lo que ciertas afirmaciones no deben ser absolutizadas a riesgo de reducirlas. A la verdad del Ser divino añadimos las definiciones dogmáticas, inalterables, eternas como Dios mismo. Estas definiciones se amplían y dinamizan por las reformulaciones y nuevas enunciaciones de los teólogos de todos los tiempos. Lo mismo las verdades bíblicas con su eterna novedad, en las que los arcanos no agotan las posibilidades de interpretación.
            Es todo un tema en teología el de la verdad. Las perspectivas varían con el objeto de estudio: la verdad ética, la verdad ontológica, lógica, epistemológica. La verdad social, natural y sobrenatural. Lo cierto es que en la medida en que ampliemos los dominios de la verdad en nosotros, en nuestro entorno, circunstancias, teorías, conceptos, juicios, y raciocinios; en la medida en que en Gracia habitual percibamos las verdades del Espíritu, en esa misma medida, -sin medida-, seremos verdaderamente libres

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