miércoles, 25 de abril de 2012

Felicidad S.A. de C.V.

Por: Hernán Manuel Vladimir Chávez Boubión


Cuando una persona es activa, propositiva, ingeniosa y esforzada por hacer cosas nuevas, se dice que es una persona industriosa, aun cuando algunos psicólogos le traten de encasillar con el término de hiperactivo o extrovertido. Tomando como referencia la definición de industrioso(a), la cual se refiere a aquel que tiene maña o habilidad para hacer una cosa, o a la persona que es muy aplicada y se dedica con ahínco al trabajo, podemos deducir que se trata de una persona que con base en sus amplios o limitados conocimientos ha encontrado un sentido más realista de lo que representa el trabajo y de aquello que la posibilidad de trabajar tiene de riqueza. No nos referimos a la riqueza del trabajo como el producto material resultante de llevarlo a cabo  como sería la remuneración económica, sino la cualidad intrínseca que posee, de hacernos más personas, perfeccionarnos  y posibilitarnos la felicidad.
Para poder relacionar trabajo con felicidad, requerimos despojarlo del sentido que le ha dado la inadecuada percepción que de él tenemos, pues para buena parte de la sociedad el trabajo solo es un castigo, una cruz que se ha de llevar con resignación, dado que así ha quedado establecido desde los orígenes del mundo (Gen. 3). El relato de la creación no señala que el hombre, por vivir en el paraíso no debía de trabajar, es más, Dios trabaja creando todo, y la creatura libre no puede estar por encima de su creador, debe trabajar también. Dios es absolutamente feliz en su creación, puesto que ser creador es un atributo que le es propio por naturaleza, y en esta actividad esencial de creación goza de plena felicidad.
El hombre libre alcanza su máxima perfección y desarrollo por el trabajo, por aquello que le toca hacer a él, en relación con su creador que le ha permitido ser co creador, alcanzando una parte de semejanza sin llegar a ser nunca iguales. “La causa de la causa, es causa de lo causado”. (Causa causae est causa causati).
Luego entonces, la felicidad bajo la cual fuimos creados y que el autor sagrado ubica en el Paraíso Terrenal, no excluye el trabajo como una cualidad presente en el hombre, en ningún momento relaciona la estancia en el Paraíso como un estado bajo el cual el hombre permanecería pasivo, inactivo y orientado a la pereza y disipación. El hombre no era feliz en el paraíso por el hecho de tener todas las cosas a la mano, la felicidad paradisiaca radica en que el hombre gozaba de plena amistad y comunión con Dios, no confundamos.
Una vez que el hombre decide contra Dios y es expulsado de ese estado de comunión plena, comienza su largo y azaroso peregrinar hacia la felicidad perdida, es decir, volver a entrar en amistad con Dios, felicidad que le resultará más difícil alcanzar puesto que todas sus relaciones tanto internas como externas, otrora armónicas, se han convertido en un verdadero caos.
La vocación del hombre hacia la felicidad es innegable, irreductible e irrevocable; así fue pensado por Dios desde la eternidad, así fue creado y así sigue siendo hasta el día de hoy. El hombre percibe y siente en lo más profundo de su ser que debe ser feliz, que tiene derecho a lograrlo, pero intenta deshacerse de la obligación que está ligada a tal derecho, pues la felicidad que le está inherida permanece más allá de la materialidad de todo lo creado, radica esencialmente en su Creador. De aquí que veamos a este pobre hombre buscar, por todos los medios y de todas las formas, ser feliz lejos de Dios, aún a sabiendas de que tarde o temprano le ha de enfrentar nuevamente.
En un mundo tan mediatizado como el nuestro, ser feliz se ha convertido en toda una industria, pues en el diseño del mundo del futuro se ha arraigado la idea de que entre más lejos de la realidad pongamos al hombre más feliz será. Procuramos entonces por diversos medios, alejarle el dolor, la vejez y la dificultad, realidades que evidentemente no ofrecen las mejores condiciones de lo que deseamos lograr en lo individual: ser felices.
Existe también la oferta mediática denominada Industria del Entretenimiento, sin que nos aparezca muy claro si el propósito es entretenernos o distraernos. Un hombre distraído y despo seído de su capacidad de raciocinio y comunicación, queda expuesto a la automatización, al envilecimiento y deshumanización. Por ello no es necesario preguntarnos por qué la sociedad se vuelve cada vez menos solidaria, violenta e indolente, la respuesta es evidente: El hombre está distraído y entretenido en las pequeñeces de la vida que nada le contribuyen a su esencia y vocación, recibiendo de los medios una información surrealista, la mayoría de las veces influenciada por la opinión y criterios de aquellos que se ostentan como amos y señores de la comunicación.
Mantener al hombre ocupado en tales menesteres es un verdadero negocio, estamos tan dispuestos o predispuestos a ello que han surgido nuevas ramas de la psicología enfocadas al mercado y los consumidores, permitiendo a los inversionistas contar con información suficiente para el diseño de estrategias y acciones que orienten nuestro comportamiento a la aceptación de tales o cuales cosas, productos e ideologías. Es claro que estas estrategias no son del todo determinantes, pues aun conservamos parte de la libertad de elección, pero con toda certeza podemos decir que la influencia que tienen sobre nuestra voluntad conforma un fuerte condicionante.
Día con día somos bombardeados con información falsa sobre aquello que nos atraerá la felicidad en forma inmediata y permanente. La velocidad con la que viaja la información ha establecido una dinámica en la vida social que nos ha hecho creer que tener las vías libres a todo tipo de información nos ayudará a ser más cultos,  desarrollados e inteligentes y por ende más felices; sin embargo debemos aclarar que tener un cúmulo de información sin saber para qué nos sirve es equivalente a no tener nada. Las redes sociales, el internet, la telefonía móvil y otros medios a nuestro alcance, son creaciones humanas buenas, lo malo radica en el uso que nosotros hacemos de ello, quedando en nuestras manos ser esclavos de ellos o no. Un ejemplo de efectos positivos en materia de comunicación se está dando en estos momentos en Oriente Medio, sociedades dominadas y adormecidas por regímenes autoritarios comienzan a despertar y a exigir derechos que arbitrariamente se les habían negado. No obstante el ejemplo, debemos tomar también en cuenta que existen otros muchos casos donde el uso de estos medios se orienta a denigrar y enajenar a las masas, acaparando todos los espacios de ocio y reflexión de los que puede disponer la persona.
Podríamos pensar que el ocio es intrínsecamente malo, pero no es así, el hombre necesita descansar del trabajo físico e intelectual, es una necesidad básica que está contemplada aún en el Decálogo Mosaico, debe quedarnos claro que no somos ni animales ni máquinas, por tanto nos es necesario un momento de solaz esparcimiento para reponer energías y mantener el equilibrio físico y mental. Del ocio podemos decir que se trata del tiempo libre que se dedica a actividades que no son ni trabajo, ni tareas domésticas esenciales porque se trata de un tiempo diferente al dedicado a actividades obligatorias como son comer, dormir, hacer tareas, etc. Se considera un tiempo recreativo que se usa a discreción  y cuyo objetivo es descansar del trabajo. No obstante debe tener, al igual que las otras actividades, un sentido y una identidad, pues al privarlo de sentido se torna aburrido. La diferencia entre las actividades dedicadas al ocio y las obligatorias no es estrictamente excluyente y depende de cada persona, por eso se indica que se usa a discreción, de tal manera que leer, estudiar, cocinar, escribir o componer música puede ser ocio para unos y trabajo para otros, puesto que pueden hacerse por placer además de obtener una utilidad a largo plazo. En un adecuado y aceptable enfoque podemos emplear el ocio en actividades que contribuyan al propio desarrollo o el de los demás. Entre los griegos el ocio era considerado el tiempo dedicado, principalmente por filósofos, para reflexionar sobre la vida, las ciencias y la política.
En el caso de los judíos el ocio se elevó a categoría de Ley, llevándolo a un sentido tan radical que cualquier activid ad que representará el mínimo trabajo, quedaba estrictamente prohibida y se imponía una pena por incumplir con el precepto del descanso sabático, cuando el objetivo principal no era el descanso en sí mismo, sino el no negarle a Dios el correspondiente culto.
Luego entonces, el hombre está llamado a ser feliz a través de su accionar cotidiano, de su donación hacia los demás a través del trabajo bien realizado, reflexionado, consiente y asumido responsablemente en un  marco de equilibrio personal, que dimensiona de forma adecuada los tiempos de labor y de descanso, en los cuales es posible darle un enfoque sobrenatural, si lo hacemos con recta intención y dando prioridad a una eficiente práctica de la justicia. (Hech 10,34-35).
La felicidad no se puede vender o comprar, ya que no es un estado en el cual el hombre pueda permanecer permanentemente mientras se encuentre sobre la tierra. La felicidad terrena es una cadena de lapsos en los cuales podemos percibir y disfrutar de una sensación de plenitud intermitente que se va desdoblando hacia un estado de pertenencia y posesión permanente de un absoluto que la voluntad y el entendimiento perciben como total y asequible, el cual no es un estado imaginario sino una realidad a la cual está llamado el ser humano y, que al mismo tiempo, supera todo efecto sano disfrutable que puedan brindarnos los simples sentidos periféricos. Podríamos decir que la felicidad a la que el hombre está llamado, consiste en la posesión absoluta del todo al cual no le hace falta nada, de tal suerte que el único ser con estos atributos necesarísimos para el alma solo puede ser Dios mismo.
Ante tal situación, debemos tener entonces en cuenta, que toda materia finita que nos sea ofrecida, indistintamente del medio por el cual se haga dicho ofrecimiento, no llegará jamás a cubrir ese espacio insondable y vacío que el pecado a horadado en nuestra finita esencia, al cual percibimos como la infeliz ausencia o falta de, ya que el alma humana fue creada para vivir y sostenerse en la Verdad por encima de su carácter de argumento lógico, sino en la Verdad como realidad vitalizante, vivificadora y liberadora, por la cual el hombre ha sido puesto en marcha y llamado a la eternidad.
Después del cenáculo, al preparar Jesús la despedida de sus discípulos expresa: “Esta es la Vida Eterna: Que te conozcan a ti único Dios verdadero y a tu enviado Jesús”. Esta es la felicidad que debemos no solo buscar, sino encontrar, fuera de ella seremos a la larga eternamente infelices.
   Cuando más sola te sientes, mas acompañada estas, cuando más enojada andas, mas paz flota en tu alrededor, cuando más oscura la noche más luz está por llegar,  solo debes dejar que las cosas pasen conforme a la voluntad de Dios.

martes, 3 de abril de 2012

Codicia y Avaricia: La muerte del Amor al Prójimo.




 Por: Hernán Manuel Vladimir Chávez Boubión.


El tema que nos obliga a escribir esta vez, parecería alejarnos en cierta medida del propósito evangelizador para el que fue creada la página de www.kerygma.com.mx dado que nos internaremos un poco en algunas prácticas administrativas y financieras que bien merecen la pena ser tratadas en una clase de economía o contabilidad; no obstante, los efectos de las malas praxis bursátiles, hacen necesario levantar la voz y no quedarse pusilánimemente agazapado esperando que venga Dios a resolver algunas cosas que acá en la tierra hemos creado.
Una vez más, la economía mundial se ve amenazada por una desaceleración que según los expertos terminará en recesión ¿Qué implicará esto? Pérdida de empleos, disminución del poder adquisitivo, escases de productos, incremento de la pobreza; esto desde el ámbito meramente material. Entrando al ámbito emocional aumenta la inconformidad social, la ansiedad personal y el deterioro de las relaciones humanas, toda vez que, considerando la jerarquía de necesidades planteada por el psicólogo Abraham Maslow en su ya famosa pirámide, no puedo buscar el desarrollo intelectual si antes no tengo con que alimentarme y donde dormir. Según esta teoría: Un ser humano tiende a satisfacer sus necesidades primarias (más bajas en la pirámide), antes de buscar las de más alto nivel. Por ejemplo, una persona no busca tener satisfechas sus necesidades de seguridad (por ejemplo, evitar los peligros del ambiente) si no tiene cubiertas sus necesidades fisiológicas.
Las necesidades fisiológicas son satisfechas mediante comida, bebidas, sueño, refugio, aire fresco, una temperatura apropiada, etc. Si todas las necesidades humanas dejan de ser satisfechas entonces las necesidades fisiológicas se convierten en la prioridad más alta. Si se le ofrecen a un humano soluciones para dos necesidades como la necesidad de amor y el hambre, es más probable que el humano escoja primero la segunda necesidad, (la de hambre). Como resultado, todos los otros deseos y capacidades pasan a un plano secundario.
Muchos de nosotros nacimos, hemos crecido y vivimos en una eterna crisis económica porque parece no tener fin, los países de siempre, entre ellos el nuestro, sumergidos en la ilusión permanente de salir del ranking de naciones en vías de desarrollo, en el ya casi llegamos, en el estamos a punto de sentar las bases para nuestro real y efectivo despegue. Siempre me he preguntado ¿Qué tan largas serán estas vías que no alcanzamos a llegar?.
Fraudes bursátiles, economías colapsadas, arcas públicas saqueadas, ya no son privativos de países subdesarrollados, en todas las sociedades podemos encontrar este terrible fenómeno al que algunos llaman corrupción, un nombre muy correcto si se quiere hablar de consecuencias, pero si queremos hablar y encontrar las causas debemos penetrar el corazón del hombre y allí en ese triste y oscuro lugar, encontraremos a dos señoras que disfrazadas de desarrollo y prosperidad ocultan su verdadero rostro: Codicia y Avaricia.
¡Y pensar que esto estaba previsto desde muchísimo antes de que naciéramos!, así como se oye. Aproximadamente 1270 años antes de Cristo, Moisés recibió los mandamientos de la Ley, en ellos se plasma la obligatoriedad de cumplimiento a fin de rendir verdadero honor al Dios de Israel. Estos diez preceptos tutelan de forma extraordinaria seis cualidades irreductibles de la persona humana y, al mismo tiempo abren la trascendente puerta hacia la realidad sobrenatural a la que muchos en la actualidad hemos renunciado.
Hablamos de seis cualidades propias de toda persona humana: Trascendencia, Vida, Familia, Sexualidad, Propiedad Privada, Honra y Fama. Una persona a la cual se le prive de cualquiera de ellas está irremediablemente mutilada y no tiene posibilidades de desarrollarse como lo que es. Si echamos un vistazo a nuestro alrededor encontraremos que la violencia y mutilación de ellas se da en el cotidiano convivir social, de tal suerte, que nos hemos acostumbrado tanto a ello que hoy la mayoría somos indiferentes a tal fenómeno.
Pues bien, en la Ley Mosáica, la cual Jesús de ninguna manera vino a anular, como muchos pretender hacernos creer, entre ellos algunos clérigos posiblemente más letrados que nosotros, pero no por ello más instruidos, existen dos mandamientos que nos dan la pauta clara y precisa para saber cómo debemos actuar en relación con los bienes y propiedades del prójimo, entre los que se incluyen no solo aquellos de naturaleza material sino también los del orden espiritual.
El séptimo y décimo mandamientos tutelan el derecho a la propiedad privada: No Robar y No codiciar las Cosas Ajenas, están muy por arriba del acto material de apropiarse del bien ajeno sin consentimiento de su legítimo dueño, pues tan solo desear con un dejo de envidia aquello que otro posee, encierra en sí un grave delito de conciencia. Un ex presidente de México expresó en una ocasión: “El respeto al derecho ajeno es la paz”, no pocos quedaron maravillados con esta frase, tanto, que a la fecha la seguimos escuchando; en cuanto a doctrina parece correcta, sin embargo no llegó al punto concreto de la ortopraxis. ¿Por qué lo decimos? Porque si bien es cierto, con este prócer de la patria se buscó frenar los abusos de la jerarquía clerical en su momento, su posterior actuar dejó en entredicho la intención inicial y, el conflicto de intereses fue tal, que incurrió en aquello que tan fuertemente criticó, anteponer sus intereses por encima de los del colectivo al que debía gobernar mediante la honrosa medianía que le proporcionaban los emolumentos recibidos por su trabajo.
Sucede pues que, mientras el natural derecho del hombre a crecer y desarrollarse en todos los ámbitos, no está regulado por una real y verdadera recta conciencia desde el ámbito gubernamental, no se puede pensar en equilibrio social. Vienen tiempos en que una vez más los pobres pasaran a ser botín de la meliflua boca de los políticos en afán de atraerlos a las urnas con su sirenaico canturrear, y una vez más caerán fulminados ante las bellas promesas y las paupérrimas despensas que en tal o cual mitin se les entregarán. Triste realidad la del pobre en latinoamericana que ya ni de su pobreza es dueño.
El hombre materializado y des-espiritualizado no pasa de ser poco menos que una bestia, trabaja y muere por tener sin llegar a llenarse jamás; en realidad no hay nada debajo del cielo que pueda llenar el corazón humano y, sin darle muchas vueltas al asunto llegamos a la confluencia de hechos en los cuales se puede visualizar como el hombre se convierte en lobo para el mismo hombre.
La voracidad bursátil es la forma moderna de la codicia, “máximo de ganancias con el mínimo de inversión”; cuando las ganancias tienden a disminuir aunque sea en forma mínima, el que tiene poder económico se siente amenazado y suspende todo movimiento que le puede representar algo de pérdida. Se inventa un proceso de reingeniería para poder despedir a personal aparentemente innecesario, fusiona puestos y actividades y las carga sobre los hombros de un equipo de trabajo cada vez más reducido supuestamente para optimizar tiempos, dinero y esfuerzos, pero detrás de todo esto, solo podemos ver, la procuración de la no disminución de las ganancias. Es verdad que ninguno estaríamos dispuestos a invertir para perder, puesto que en nuestra naturaleza llevamos inscrita la capacidad de desarrollarnos y perfeccionarnos, sin embargo dicho desarrollo y perfección no debe darse a costa de denigrar y arruinar a  los demás.
¿Qué se llevará el multimillonario a la tumba?¿Que será mejor, acumular cantidad de bienes en la tierra o acumular riquezas en el cielo? Tal vez ni siquiera esté yo pensando como pobre sino como un necesitado que movido por envidia aparenta desdeñar la riqueza, es posible; por otra parte, en un mundo altamente materializado, vemos el cielo como algo tan irreal e intangible, que quizá sin saberlo, el cielo para nosotros radique en el confort que podamos allegarnos mientras vivamos aquí. Parece ser que la vida moderna y sus múltiples necesidades creadas, indican que entre más se tenga de este lado del cielo la vida será mucho mejor lo que nos lleva a vivir en la apariencia de que los bienes son el fin y no el medio; el ligerísimo inconveniente radica en que siendo y llamándonos católicos, somos irremediablemente Cristianos y eso nos obliga a seguir y creerle a Cristo, y no he sido yo sino Cristo mismo el que dijo: “Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt. 6,24).
En ocasiones la búsqueda de la riqueza llega a tal grado que no reparamos en los medios que tengamos que utilizar para alcanzarla, recurriendo incluso a la violencia con tal de poseer el bien deseado, violencia a la cual las leyes positivas denominan: Robo. Algunos pensamos que el robo solo lo comenten aquellos tipos que irrumpen con lujo de violencia a la propiedad ajena o aquel que comete fraude, pero el robo en sí, tiene  múltiples y sutiles formas de enmascararse y anidarse justo dentro de nosotros sin que seamos capaces de aceptar que somos ladrones; van unos ejemplos: La persona que sistemáticamente llega tarde a su empleo, se apropia de un tiempo que le es ajeno puesto que se le paga por él; el constructor que no utiliza los materiales adecuados en la obra a fin de abatir los precios y obtener mejores ganancias; el médico que no hace un buen diagnóstico o se ostenta como especialista de algo sin tener los estudios pertinentes; el marido o padre de familia que piensa que por trabajar tiene derecho a gastar el dinero obtenido en borracheras con los amigos; el cura que no instruye correctamente a su feligresía y se dedica más a los asuntos temporales; el ama de casa que no administra bien el patrimonio de la familia derrochándolo en artículos innecesarios; el banquero que cobra más intereses de lo razonablemente permitido;  el mecánico que cobra piezas viejas como si las hubiera puesto nuevas. La lista puede extenderse hasta donde queramos, lo importante es asumir que de un modo u otro, muchos contribuimos al deterioro social con esas pequeñas e inofensivas prácticas.
Retomando un poco de los planteamientos de Maslow, podemos vislumbrar que si el hombre no tiene resueltas sus necesidades primarias, difícilmente podrá desarrollarse en el plano intelectual y cultural, puesto que tal necesidad tiene características de instintiva en el ser humano, llevándolo a buscar hacer lo máximo que puede dar de sí mediante sus habilidades únicas. Maslow lo presenta de esta forma: "Un músico deba hacer música, un pintor, pintar, un poeta, escribir, si quiere estar en paz consigo mismo. Un hombre, (o mujer) debe ser lo que puede llegar a ser”. Mientras las anteriores necesidades pueden ser completamente satisfechas, ésta necesidad es una fuerza impelente continua.
Desafortunadamente, el sistema económico globalizado provoca que cuando una economía de las llamadas emergentes, o de éstas, que a través de tratados internacionales entra a un bloque, ya sea el asiático, europeo o norteamericano, y no realiza de manera eficiente sus obligaciones financieras, el sistema económico mundial se colapsa ¿Por qué? Porque sin saberlo nosotros, los mortales que vivimos con el salario medido en mínimos, los dueños del capital se ponen a especular en el llamado Mercado de Futuros y al avistar dificultades bursátiles futuras retiran sus inversiones en espera de mejores condiciones, siendo que, por su propia avaricia, los bienes de consumo y de capital alcanzaron valores y supusieron ganancias muy por encima de lo razonablemente aceptable.
La frase dicha por Jesús: ¡Qué difícil es para un rico entrar al cielo! Sigue vigente hoy, pues su palabra no es para un tiempo específico, es universal. El cielo para muchos es Estados Unidos, porque el estilo de vida que refleja este país encandila a muchos que nunca hemos tenido nada, pero no olvidemos que no todo lo que brilla es oro.
Una persona materializada, pierde toda dimensión de humanidad y se centra en una codiciosa mecánica de posesión que le lleva a olvidar que su propia existencia está estrechamente ligada a un ente ajeno al que conocemos como un “tú” encarnado en un sustantivo al cual se conoce como prójimo. Cuando no se tiene conciencia clara de quien soy “yo” y cuáles son mis dimensiones, derechos y obligaciones, el “tú” prácticamente deja de existir, en consecuencia no hay prójimo al cual tender la mano, simplemente danzan frente a nosotros seres utilitarios de los cuales podemos obtener satisfactores de nuestras demandas.
Mientras la economía doméstica, nacional y mundial sean conducidas bajo premisas de codicia y avaricia, la caridad necesaria para lograr el cumplimiento del respeto a los bienes y propiedades del prójimo estará seriamente amenazada de muerte, llegando a cumplirse aquella sentencia de que solo los más fuertes podrán sobrevivir, es decir, solo los que tengan con que pagar su derecho de supervivencia.
La caridad al prójimo en su sentido material tal como la hemos expresado en este breve artículo, no abarca todo el espectro profundo de la caridad en sí misma, se trata únicamente de la mínima praxis cristiana de proveer al prójimo de aquello que le es necesario para subsistir con el debido decoro, ya que para explicar la caridad en su sentido más amplio y trascendente no nos alcanzaría la vida.