Por: Hernán Manuel
Vladimir Chávez Boubión
Cuando
una persona es activa, propositiva, ingeniosa y esforzada por hacer cosas
nuevas, se dice que es una persona industriosa, aun cuando algunos psicólogos
le traten de encasillar con el término de hiperactivo o extrovertido. Tomando como
referencia la definición de industrioso(a), la cual se refiere a aquel que tiene maña o habilidad para hacer una cosa, o
a la persona que es muy aplicada y se dedica con ahínco al trabajo, podemos
deducir que se trata de una persona que con base en sus amplios o limitados
conocimientos ha encontrado un sentido más realista de lo que representa el
trabajo y de aquello que la posibilidad de trabajar tiene de riqueza. No nos
referimos a la riqueza del trabajo como el producto material resultante de
llevarlo a cabo como sería la
remuneración económica, sino la cualidad intrínseca que posee, de hacernos más
personas, perfeccionarnos y
posibilitarnos la felicidad.
Para poder relacionar
trabajo con felicidad, requerimos despojarlo del sentido que le ha dado la
inadecuada percepción que de él tenemos, pues para buena parte de la sociedad
el trabajo solo es un castigo, una cruz que se ha de llevar con resignación,
dado que así ha quedado establecido desde los orígenes del mundo (Gen. 3). El
relato de la creación no señala que el hombre, por vivir en el paraíso no debía
de trabajar, es más, Dios trabaja creando todo, y la creatura libre no puede
estar por encima de su creador, debe trabajar también. Dios es absolutamente
feliz en su creación, puesto que ser creador es un atributo que le es propio
por naturaleza, y en esta actividad esencial de creación goza de plena
felicidad.
El hombre libre alcanza
su máxima perfección y desarrollo por el trabajo, por aquello que le toca hacer
a él, en relación con su creador que le ha permitido ser co creador, alcanzando
una parte de semejanza sin llegar a ser nunca iguales. “La causa de la causa,
es causa de lo causado”. (Causa
causae est causa causati).
Luego entonces, la felicidad bajo la cual fuimos creados y que el
autor sagrado ubica en el Paraíso Terrenal, no excluye el trabajo como una
cualidad presente en el hombre, en ningún momento relaciona la estancia en el
Paraíso como un estado bajo el cual el hombre permanecería pasivo, inactivo y
orientado a la pereza y disipación. El hombre no era feliz en el paraíso por el
hecho de tener todas las cosas a la mano, la felicidad paradisiaca radica en
que el hombre gozaba de plena amistad y comunión con Dios, no confundamos.
Una vez que el hombre decide contra Dios y es expulsado de ese
estado de comunión plena, comienza su largo y azaroso peregrinar hacia la
felicidad perdida, es decir, volver a entrar en amistad con Dios, felicidad que
le resultará más difícil alcanzar puesto que todas sus relaciones tanto
internas como externas, otrora armónicas, se han convertido en un verdadero
caos.
La vocación del hombre hacia la felicidad es innegable,
irreductible e irrevocable; así fue pensado por Dios desde la eternidad, así
fue creado y así sigue siendo hasta el día de hoy. El hombre percibe y siente
en lo más profundo de su ser que debe ser feliz, que tiene derecho a lograrlo,
pero intenta deshacerse de la obligación que está ligada a tal derecho, pues la
felicidad que le está inherida permanece más allá de la materialidad de todo lo
creado, radica esencialmente en su Creador. De aquí que veamos a este pobre
hombre buscar, por todos los medios y de todas las formas, ser feliz lejos de
Dios, aún a sabiendas de que tarde o temprano le ha de enfrentar nuevamente.
En un mundo tan mediatizado como el nuestro, ser feliz se ha
convertido en toda una industria, pues en el diseño del mundo del futuro se ha
arraigado la idea de que entre más lejos de la realidad pongamos al hombre más
feliz será. Procuramos entonces por diversos medios, alejarle el dolor, la
vejez y la dificultad, realidades que evidentemente no ofrecen las mejores
condiciones de lo que deseamos lograr en lo individual: ser felices.
Existe también la oferta mediática denominada Industria del
Entretenimiento, sin que nos aparezca muy claro si el propósito es
entretenernos o distraernos. Un hombre distraído y despo
seído de su capacidad de raciocinio y comunicación, queda expuesto
a la automatización, al envilecimiento y deshumanización. Por ello no es
necesario preguntarnos por qué la sociedad se vuelve cada vez menos solidaria,
violenta e indolente, la respuesta es evidente: El hombre está distraído y
entretenido en las pequeñeces de la vida que nada le contribuyen a su esencia y
vocación, recibiendo de los medios una información surrealista, la mayoría de
las veces influenciada por la opinión y criterios de aquellos que se ostentan
como amos y señores de la comunicación.
Mantener al hombre ocupado en tales menesteres es un verdadero
negocio, estamos tan dispuestos o predispuestos a ello que han surgido nuevas
ramas de la psicología enfocadas al mercado y los consumidores, permitiendo a
los inversionistas contar con información suficiente para el diseño de
estrategias y acciones que orienten nuestro comportamiento a la aceptación de
tales o cuales cosas, productos e ideologías. Es claro que estas estrategias no
son del todo determinantes, pues aun conservamos parte de la libertad de
elección, pero con toda certeza podemos decir que la influencia que tienen
sobre nuestra voluntad conforma un fuerte condicionante.
Día con día somos bombardeados con información falsa sobre aquello
que nos atraerá la felicidad en forma inmediata y permanente. La velocidad con
la que viaja la información ha establecido una dinámica en la vida social que
nos ha hecho creer que tener las vías libres a todo tipo de información nos
ayudará a ser más cultos, desarrollados
e inteligentes y por ende más felices; sin embargo debemos aclarar que tener un
cúmulo de información sin saber para qué nos sirve es equivalente a no tener
nada. Las redes sociales, el internet, la telefonía móvil y otros medios a
nuestro alcance, son creaciones humanas buenas, lo malo radica en el uso que
nosotros hacemos de ello, quedando en nuestras manos ser esclavos de ellos o
no. Un ejemplo de efectos positivos en materia de comunicación se está dando en
estos momentos en Oriente Medio, sociedades dominadas y adormecidas por
regímenes autoritarios comienzan a despertar y a exigir derechos que
arbitrariamente se les habían negado. No obstante el ejemplo, debemos tomar
también en cuenta que existen otros muchos casos donde el uso de estos medios
se orienta a denigrar y enajenar a las masas, acaparando todos los espacios de
ocio y reflexión de los que puede disponer la persona.
Podríamos pensar que el ocio es intrínsecamente malo, pero
no es así, el hombre necesita descansar del trabajo físico e intelectual, es
una necesidad básica que está contemplada aún en el Decálogo Mosaico, debe
quedarnos claro que no somos ni animales ni máquinas, por tanto nos es
necesario un momento de solaz esparcimiento para reponer energías y mantener el
equilibrio físico y mental. Del ocio podemos decir que se trata del tiempo
libre que se dedica a actividades que no son ni trabajo, ni tareas domésticas
esenciales porque se trata de un tiempo diferente al dedicado a actividades
obligatorias como son comer, dormir, hacer tareas, etc. Se considera un tiempo
recreativo que se usa a discreción y cuyo
objetivo es descansar del trabajo. No obstante debe tener, al igual que las
otras actividades, un sentido y una identidad, pues al privarlo de sentido se
torna aburrido. La diferencia entre las actividades dedicadas al ocio y las
obligatorias no es estrictamente excluyente y depende de cada persona, por eso
se indica que se usa a discreción, de tal manera que leer, estudiar, cocinar,
escribir o componer música puede ser ocio para unos y trabajo para otros, puesto
que pueden hacerse por placer además de obtener una utilidad a largo plazo. En
un adecuado y aceptable enfoque podemos emplear el ocio en actividades que
contribuyan al propio desarrollo o el de los demás. Entre los griegos el ocio
era considerado el tiempo dedicado, principalmente por filósofos, para
reflexionar sobre la vida, las ciencias y la política.
En el caso de los judíos el ocio se elevó a categoría de
Ley, llevándolo a un sentido tan radical que cualquier activid
ad que representará el mínimo trabajo,
quedaba estrictamente prohibida y se imponía una pena por incumplir con el
precepto del descanso sabático, cuando el objetivo principal no era el descanso
en sí mismo, sino el no negarle a Dios el correspondiente culto.
Luego entonces, el
hombre está llamado a ser feliz a través de su accionar cotidiano, de su
donación hacia los demás a través del trabajo bien realizado, reflexionado,
consiente y asumido responsablemente en un
marco de equilibrio personal, que dimensiona de forma adecuada los
tiempos de labor y de descanso, en los cuales es posible darle un enfoque sobrenatural,
si lo hacemos con recta intención y dando prioridad a una eficiente práctica de
la justicia. (Hech 10,34-35).
La felicidad no se puede
vender o comprar, ya que no es un estado en el cual el hombre pueda permanecer
permanentemente mientras se encuentre sobre la tierra. La felicidad terrena es
una cadena de lapsos en los cuales podemos percibir y disfrutar de una
sensación de plenitud intermitente que se va desdoblando hacia un estado de
pertenencia y posesión permanente de un absoluto que la voluntad y el
entendimiento perciben como total y asequible, el cual no es un estado
imaginario sino una realidad a la cual está llamado el ser humano y, que al
mismo tiempo, supera todo efecto sano disfrutable que puedan brindarnos los
simples sentidos periféricos. Podríamos decir que la felicidad a la que el
hombre está llamado, consiste en la posesión absoluta del todo al cual no le
hace falta nada, de tal suerte que el único ser con estos atributos
necesarísimos para el alma solo puede ser Dios mismo.
Ante tal situación,
debemos tener entonces en cuenta, que toda materia finita que nos sea ofrecida,
indistintamente del medio por el cual se haga dicho ofrecimiento, no llegará
jamás a cubrir ese espacio insondable y vacío que el pecado a horadado en
nuestra finita esencia, al cual percibimos como la infeliz ausencia o falta de,
ya que el alma humana fue creada para vivir y sostenerse en la Verdad por
encima de su carácter de argumento lógico, sino en la Verdad como realidad
vitalizante, vivificadora y liberadora, por la cual el hombre ha sido puesto en
marcha y llamado a la eternidad.
Después del cenáculo, al
preparar Jesús la despedida de sus discípulos expresa: “Esta es la Vida Eterna: Que te conozcan a ti único Dios verdadero y a
tu enviado Jesús”. Esta es la felicidad que debemos no solo buscar, sino
encontrar, fuera de ella seremos a la larga eternamente infelices.
Cuando más sola te sientes, mas acompañada
estas, cuando más enojada andas, mas paz flota en tu alrededor, cuando más
oscura la noche más luz está por llegar, solo debes dejar que las cosas pasen conforme
a la voluntad de Dios.