Por: Hernán Manuel Vladimir Chávez Boubión.
El tema que nos obliga a escribir esta
vez, parecería alejarnos en cierta medida del propósito evangelizador para el
que fue creada la página de www.kerygma.com.mx dado que nos
internaremos un poco en algunas prácticas administrativas y financieras que
bien merecen la pena ser tratadas en una clase de economía o contabilidad; no
obstante, los efectos de las malas praxis bursátiles, hacen necesario levantar
la voz y no quedarse pusilánimemente agazapado esperando que venga Dios a
resolver algunas cosas que acá en la tierra hemos creado.
Una
vez más, la economía mundial se ve amenazada por una desaceleración que según
los expertos terminará en recesión ¿Qué implicará esto? Pérdida de empleos,
disminución del poder adquisitivo, escases de productos, incremento de la
pobreza; esto desde el ámbito meramente material. Entrando al ámbito emocional
aumenta la inconformidad social, la ansiedad personal y el deterioro de las
relaciones humanas, toda vez que, considerando la jerarquía de necesidades
planteada por el psicólogo Abraham Maslow en su ya famosa pirámide, no puedo
buscar el desarrollo intelectual si antes no tengo con que alimentarme y donde
dormir. Según esta teoría: Un ser humano tiende a satisfacer sus necesidades
primarias (más bajas en la pirámide), antes de buscar las de más alto nivel.
Por ejemplo, una persona no busca tener satisfechas sus necesidades de seguridad
(por ejemplo, evitar los peligros del ambiente) si no tiene cubiertas sus
necesidades fisiológicas.
Las
necesidades fisiológicas son satisfechas mediante comida, bebidas, sueño,
refugio, aire fresco, una temperatura apropiada, etc. Si todas las necesidades
humanas dejan de ser satisfechas entonces las necesidades fisiológicas se
convierten en la prioridad más alta. Si se le ofrecen a un humano soluciones
para dos necesidades como la necesidad de amor y el hambre, es más probable que
el humano escoja primero la segunda necesidad, (la de hambre). Como resultado,
todos los otros deseos y capacidades pasan a un plano secundario.
Muchos
de nosotros nacimos, hemos crecido y vivimos en una eterna crisis económica porque
parece no tener fin, los países de siempre, entre ellos el nuestro, sumergidos en
la ilusión permanente de salir del ranking de naciones en vías de desarrollo,
en el ya casi llegamos, en el estamos a punto de sentar las bases para nuestro
real y efectivo despegue. Siempre me he preguntado ¿Qué tan largas serán estas
vías que no alcanzamos a llegar?.
Fraudes
bursátiles, economías colapsadas, arcas públicas saqueadas, ya no son
privativos de países subdesarrollados, en todas las sociedades podemos encontrar
este terrible fenómeno al que algunos llaman corrupción, un nombre muy correcto
si se quiere hablar de consecuencias, pero si queremos hablar y encontrar las
causas debemos penetrar el corazón del hombre y allí en ese triste y oscuro
lugar, encontraremos a dos señoras que disfrazadas de desarrollo y prosperidad
ocultan su verdadero rostro: Codicia y Avaricia.
¡Y
pensar que esto estaba previsto desde muchísimo antes de que naciéramos!, así
como se oye. Aproximadamente 1270 años antes de Cristo, Moisés recibió los
mandamientos de la Ley, en ellos se plasma la obligatoriedad de cumplimiento a
fin de rendir verdadero honor al Dios de Israel. Estos diez preceptos tutelan
de forma extraordinaria seis cualidades irreductibles de la persona humana y,
al mismo tiempo abren la trascendente puerta hacia la realidad sobrenatural a
la que muchos en la actualidad hemos renunciado.
Hablamos de seis cualidades propias de
toda persona humana: Trascendencia, Vida, Familia, Sexualidad, Propiedad
Privada, Honra y Fama. Una persona a la cual se le prive de cualquiera de ellas
está irremediablemente mutilada y no tiene posibilidades de desarrollarse como
lo que es. Si echamos un vistazo a nuestro alrededor encontraremos que la
violencia y mutilación de ellas se da en el cotidiano convivir social, de tal
suerte, que nos hemos acostumbrado tanto a ello que hoy la mayoría somos
indiferentes a tal fenómeno.
Pues
bien, en la Ley Mosáica, la cual Jesús de ninguna manera vino a anular, como
muchos pretender hacernos creer, entre ellos algunos clérigos posiblemente más
letrados que nosotros, pero no por ello más instruidos, existen dos
mandamientos que nos dan la pauta clara y precisa para saber cómo debemos
actuar en relación con los bienes y propiedades del prójimo, entre los que se incluyen
no solo aquellos de naturaleza material sino también los del orden espiritual.
El
séptimo y décimo mandamientos tutelan el derecho a la propiedad privada: No
Robar y No codiciar las Cosas Ajenas, están muy por arriba del acto material de
apropiarse del bien ajeno sin consentimiento de su legítimo dueño, pues tan
solo desear con un dejo de envidia aquello que otro posee, encierra en sí un
grave delito de conciencia. Un ex presidente de México expresó en una ocasión:
“El respeto al derecho ajeno es la paz”, no pocos quedaron maravillados con
esta frase, tanto, que a la fecha la seguimos escuchando; en cuanto a doctrina
parece correcta, sin embargo no llegó al punto concreto de la ortopraxis. ¿Por
qué lo decimos? Porque si bien es cierto, con este prócer de la patria se buscó
frenar los abusos de la jerarquía clerical en su momento, su posterior actuar
dejó en entredicho la intención inicial y, el conflicto de intereses fue tal,
que incurrió en aquello que tan fuertemente criticó, anteponer sus intereses
por encima de los del colectivo al que debía gobernar mediante la honrosa
medianía que le proporcionaban los emolumentos recibidos por su trabajo.
Sucede
pues que, mientras el natural derecho del hombre a crecer y desarrollarse en
todos los ámbitos, no está regulado por una real y verdadera recta conciencia
desde el ámbito gubernamental, no se puede pensar en equilibrio social. Vienen
tiempos en que una vez más los pobres pasaran a ser botín de la meliflua boca
de los políticos en afán de atraerlos a las urnas con su sirenaico canturrear,
y una vez más caerán fulminados ante las bellas promesas y las paupérrimas
despensas que en tal o cual mitin se les entregarán. Triste realidad la del
pobre en latinoamericana que ya ni de su pobreza es dueño.
El
hombre materializado y des-espiritualizado no pasa de ser poco menos que una
bestia, trabaja y muere por tener sin llegar a llenarse jamás; en realidad no
hay nada debajo del cielo que pueda llenar el corazón humano y, sin darle muchas
vueltas al asunto llegamos a la confluencia de hechos en los cuales se puede
visualizar como el hombre se convierte en lobo para el mismo hombre.
La
voracidad bursátil es la forma moderna de la codicia, “máximo de ganancias con
el mínimo de inversión”; cuando las ganancias tienden a disminuir aunque sea en
forma mínima, el que tiene poder económico se siente amenazado y suspende todo
movimiento que le puede representar algo de pérdida. Se inventa un proceso de
reingeniería para poder despedir a personal aparentemente innecesario, fusiona
puestos y actividades y las carga sobre los hombros de un equipo de trabajo
cada vez más reducido supuestamente para optimizar tiempos, dinero y esfuerzos,
pero detrás de todo esto, solo podemos ver, la procuración de la no disminución
de las ganancias. Es verdad que ninguno estaríamos dispuestos a invertir para
perder, puesto que en nuestra naturaleza llevamos inscrita la capacidad de
desarrollarnos y perfeccionarnos, sin embargo dicho desarrollo y perfección no
debe darse a costa de denigrar y arruinar a
los demás.
¿Qué se llevará el multimillonario a la
tumba?¿Que será mejor, acumular cantidad de bienes en la tierra o acumular
riquezas en el cielo? Tal vez ni siquiera esté yo pensando como pobre sino como
un necesitado que movido por envidia aparenta desdeñar la riqueza, es posible;
por otra parte, en un mundo altamente materializado, vemos el cielo como algo
tan irreal e intangible, que quizá sin saberlo, el cielo para nosotros radique
en el confort que podamos allegarnos mientras vivamos aquí. Parece ser que la
vida moderna y sus múltiples necesidades creadas, indican que entre más se
tenga de este lado del cielo la vida será mucho mejor lo que nos lleva a vivir
en la apariencia de que los bienes son el fin y no el medio; el ligerísimo
inconveniente radica en que siendo y llamándonos católicos, somos
irremediablemente Cristianos y eso nos obliga a seguir y creerle a Cristo, y no
he sido yo sino Cristo mismo el que dijo: “Nadie puede servir
a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a
uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt. 6,24).
En
ocasiones la búsqueda de la riqueza llega a tal grado que no reparamos en los
medios que tengamos que utilizar para alcanzarla, recurriendo incluso a la
violencia con tal de poseer el bien deseado, violencia a la cual las leyes
positivas denominan: Robo. Algunos pensamos que el robo solo lo comenten
aquellos tipos que irrumpen con lujo de violencia a la propiedad ajena o aquel
que comete fraude, pero el robo en sí, tiene múltiples y sutiles formas de enmascararse y
anidarse justo dentro de nosotros sin que seamos capaces de aceptar que somos
ladrones; van unos ejemplos: La persona que sistemáticamente llega tarde a su
empleo, se apropia de un tiempo que le es ajeno puesto que se le paga por él;
el constructor que no utiliza los materiales adecuados en la obra a fin de
abatir los precios y obtener mejores ganancias; el médico que no hace un buen
diagnóstico o se ostenta como especialista de algo sin tener los estudios
pertinentes; el marido o padre de familia que piensa que por trabajar tiene
derecho a gastar el dinero obtenido en borracheras con los amigos; el cura que
no instruye correctamente a su feligresía y se dedica más a los asuntos
temporales; el ama de casa que no administra bien el patrimonio de la familia
derrochándolo en artículos innecesarios; el banquero que cobra más intereses de
lo razonablemente permitido; el mecánico
que cobra piezas viejas como si las hubiera puesto nuevas. La lista puede
extenderse hasta donde queramos, lo importante es asumir que de un modo u otro,
muchos contribuimos al deterioro social con esas pequeñas e inofensivas
prácticas.
Retomando
un poco de los planteamientos de Maslow, podemos vislumbrar que si el hombre no
tiene resueltas sus necesidades primarias, difícilmente podrá desarrollarse en
el plano intelectual y cultural, puesto que tal necesidad tiene características
de instintiva en el ser humano, llevándolo a buscar hacer lo máximo que puede
dar de sí mediante sus habilidades únicas. Maslow lo presenta de esta forma: "Un músico deba hacer música, un
pintor, pintar, un poeta, escribir, si quiere estar en paz consigo mismo. Un
hombre, (o mujer) debe ser lo que puede llegar a ser”. Mientras las
anteriores necesidades pueden ser completamente satisfechas, ésta necesidad es
una fuerza impelente continua.
Desafortunadamente, el sistema económico
globalizado provoca que cuando una economía de las llamadas emergentes, o de
éstas, que a través de tratados internacionales entra a un bloque, ya sea el
asiático, europeo o norteamericano, y no realiza de manera eficiente sus
obligaciones financieras, el sistema económico mundial se colapsa ¿Por qué?
Porque sin saberlo nosotros, los mortales que vivimos con el salario medido en
mínimos, los dueños del capital se ponen a especular en el llamado Mercado de
Futuros y al avistar dificultades bursátiles futuras retiran sus inversiones en
espera de mejores condiciones, siendo que, por su propia avaricia, los bienes
de consumo y de capital alcanzaron valores y supusieron ganancias muy por
encima de lo razonablemente aceptable.
La
frase dicha por Jesús: ¡Qué difícil es para un rico entrar al cielo! Sigue
vigente hoy, pues su palabra no es para un tiempo específico, es universal. El
cielo para muchos es Estados Unidos, porque el estilo de vida que refleja este
país encandila a muchos que nunca hemos tenido nada, pero no olvidemos que no
todo lo que brilla es oro.
Una
persona materializada, pierde toda dimensión de humanidad y se centra en una
codiciosa mecánica de posesión que le lleva a olvidar que su propia existencia
está estrechamente ligada a un ente ajeno al que conocemos como un “tú”
encarnado en un sustantivo al cual se conoce como prójimo. Cuando no se tiene
conciencia clara de quien soy “yo” y cuáles son mis dimensiones, derechos y
obligaciones, el “tú” prácticamente deja de existir, en consecuencia no hay
prójimo al cual tender la mano, simplemente danzan frente a nosotros seres
utilitarios de los cuales podemos obtener satisfactores de nuestras demandas.
Mientras
la economía doméstica, nacional y mundial sean conducidas bajo premisas de
codicia y avaricia, la caridad necesaria para lograr el cumplimiento del
respeto a los bienes y propiedades del prójimo estará seriamente amenazada de
muerte, llegando a cumplirse aquella sentencia de que solo los más fuertes
podrán sobrevivir, es decir, solo los que tengan con que pagar su derecho de supervivencia.
La
caridad al prójimo en su sentido material tal como la hemos expresado en este
breve artículo, no abarca todo el espectro profundo de la
caridad en sí misma, se trata únicamente de la mínima praxis cristiana de
proveer al prójimo de aquello que le es necesario para subsistir con el debido
decoro, ya que para explicar la caridad en su sentido más amplio y trascendente
no nos alcanzaría la vida.
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